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História Confesionario - 1


Escrita por: Razvan

Capítulo 1 - 1


-Buenas noches, bendígame padre, porque he pecado. Han pasado…no recuerdo cuando fue la última vez que me confesé, era un niño aun.


*Que el Señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados, sé bienvenido a la casa del Señor, te escucho.


-Esperé a que todos los fieles pasaran primero a confesar sus pecados, quisiera me orientara padre, porque mi alma me dice que hice mal pero la razón me dice que solo fui instrumento de justicia para el Señor. Como ya le dije la última vez que me confesé era aún un niño, en ese entonces vivía en casa de mis abuelos, el abuelo Rodolfo y la abuela Asela. A pesar de que nunca conocí a mi padre y mi madre viajó y se instaló en la ciudad vecina con el fin de trabajar para ganar el sustento de nosotros yo fui un niño feliz, bajo el cuidado de mis abuelos, en aquella hermosa casa de madera con techos altos, un patio amplio y cubierto de innumerables flores, pinos que envolvían la casa casi hacían parecer que no había hogar alguno en ese lugar. Tolo lo hermoso que pudo ser eso lamentablemente terminó el día que misteriosamente mi abuela desapareció, simplemente es como si se la hubiera tragado la tierra, no había llevado nada consigo y mis abuelos no tenían enemigos de los cuales sospechar, al regreso de mi madre para atender la situación decidió que me llevaría con ella a la ciudad. La policía del pueblo en ese entonces no cerró el caso de la desaparición de mi abuela pero lo dejo en el olvido como pasa muchos otros.


Los años pasaron y me convertí en un hombre, con el ejemplo de madre tan recto y moral quisiera pensar que en uno de bien. Mi madre -de la cual ahora yo me hacía cargo- quiso ir a nuestro pueblo natal a cuidar del abuelo, ya que los años y sus enfermedades le cobraban factura, de lejos parecía un hombre viejo pero sano y fuerte pero padecía múltiples afecciones propias de la edad, perdía gradualmente la vista, de cuando en cuando no recordaba cómo había llegado a tal o cual lugar, tenía desvanecimientos de conciencia por así llamarlo, desvaríos y la incontinencia que tanto le apenaba. Entonces yo permanecí en la ciudad vecina y cada fin de semana visitaba a mi madre y abuelo para llevarles el sustento y todo aquello que pudieran necesitar.


Una noche una semana antes de las festividades de diciembre -y ya yo gozando de vacaciones- lleve conmigo lo necesario para un gran festín, la celebración quería que fuera algo que pudiéramos recordar toda la vida, lo que fuera lo que nos durara a cada uno.


Durante los días de mi permanencia en casa de los abuelos me di cuenta que eran necesarias varias reparaciones y empecé a echar números en la cabeza, quizá para los días de asueto de semana santa podría reparar todo eso –me dije-, entonces escuché el llamado de mi madre desde la cocina, lo que me hizo salir de esa pequeña inercia mental, acudí a su llamado y me dijo que pretendía ir al centro del pueblo por algunas provisiones que hacían falta y que yo había pasado por alto, pidiéndome que cuidara del abuelo un par de horas tomo su abrigo y salió.


Inmediatamente después que se cerró la pesada puerta de madera y el sonar de sus cerrojos de metal forjado hacían eco en la casa fui en busca del abuelo, le encontré sentado en su vieja mecedora con las piernas tapadas, simplemente con la mirada perdida como si un recuerdo se hubiera adjudicado el entero control de su atención y de su cuerpo. Entonces de la nada sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas, su expresión cambio de una perdida a una de angustia y dolor, poco a poco se escuchaba un murmullo que salía de su garganta, que paulatinamente se transformó en un lamento, no paraba de decir…“como te extraño Asela, como te extraño, perdóname”, eso me causó un shock, jamás había visto al abuelo tan consternado por la desaparición de la abuela, hasta entonces fue que caí en cuentas de ello y de lo extraño que resulta analizado con la mentalidad de un adulto.


El abuelo estiraba su mano como solicitando algo, pensé traerle una taza de té caliente, quizá eso le ayudaría y lo reconfortaría un poco de aquellos recuerdos. Entonces fui por su bebida, al volver él aún seguía en lo mismo, puse en su mano la taza de té y la apoye en su regazo, el sostuvo con la mano contraria la taza y volvió a alzar su mano, eso me pareció raro, podría ser que le estaba viniendo un desvarió por los recuerdos y por la incapacidad de no haber podido encontrar a la abuela. Sería mejor darle se medicamento para que se tranquilizara y bloquearle el paso a tal tormento -me dije-, camine lento hacia la salida del cuarto cuando algo llamó mi atención, era como el resplandor de una libélula, de esos que prenden y apagan de la nada, quede inmóvil unos instantes para ver si tal brillo se repetía y así lo hizo, pero no se trataba de algún bicho o algo parecido. Un gran pino que creció junto a la casa y su vaivén que jugaba con la luz del sol al ponerse por el oeste al parecer era el causante de todo, la luz que de pronto se filtraba por la ventana hacia brillar algo, me acerque para ver de qué se trataba, en un madero de la pared había un pequeño orificio y algo ahí detrás brillaba, mire de vuelta al abuelo y no te que su mano ahora temblorosa señalaba justo hacia donde yo estaba. Con la ayuda de mi navaja logre astillar más y más la madera hasta que retire el madero entero. Y fue en ese momento que me lleve el susto y la desilusión más grande de mi vida, ahí dentro en ese oscuro hueco lleno de telarañas y polvorientos vapores estaba seca hasta los huesos y momificada mi abuela Asela, supe de inmediato que era ella no tanto por los desvaríos del abuelo sino por sus aretes y el collar de ónix tallado en forma de gota de agua que brillaba colgante de su esquelética columna.


Confieso padre que jamás había lanzado una mirada tan inquisidora a alguien en toda mi vida y nunca concebí la idea de que mi abuelo seria el depositario de tal desprecio devenido de las mil sospechas que mi ágil mente lucubro en un instante, el con lágrimas en los ojos el repetía… “me mintieron, me engañaron, dijeron que me era infiel, dijeron de violo el sagrado juramento del matrimonio, me mintieron, todo era una mentira”, fue que me di cuenta que mi mano sostenía fuertemente la navaja apuntando a mi abuelo, fue -quiero pensar- un movimiento instintivo, pero la razón volvía a mí de a poco, lo suficiente para soltar de mi mano la navaja y caer de rodillas ante la reseca imagen de mi abuela, quede ahí postrado recordando el cariño de mi abuela, después fuertes golpes me espabilaron, era alguien llamando a la puerta, fui corriendo a atender y era mi madre que volvía del pueblo, no me di cuenta del paso del tiempo, una vez entro le quite rápidamente las bolsas con las compras y la lleve precipitadamente al cuarto del abuelo, los dos nos llevamos una impresión de muerte, creo más pesado fue para mi madre ver al abuelo tendido en el suelo, sobre un charco de sangre, con la garganta cortada de lado a lado intentando dar sus últimas bocanadas de aire, pero poco a poco quedarse inmóvil con sus ojos fijos en la figura cadavérica de la abuela empotrada en la pared, todo ante nuestras petrificadas figuras en la entrada del cuarto.


Me costó mucho trabajo tranquilizar los nervios y las emociones de mi madre -si apenas podía con las mías- y explicarle todo lo que había sucedido. Cuando terminé el reloj de péndulo que había en la sala marcó la media noche, secamos nuestras lágrimas y sin mencionar palabra alguna como si nuestras mentes actuaran sincronizadas y al unísono hicimos el agujero de la pared más grande y colocamos junto a la abuela al querido abuelo, pusimos todo lo que se nos ocurrió que pudiera esconder el olor a descomposición y sellamos la pared, limpiamos el lugar durante toda la noche para que no quedara rastro alguno de lo que ahí había pasado, cerramos lo mejor posible puertas y ventanas, juntamos nuestras pertenencias y temprano por la mañana regresamos a nuestro hogar en la ciudad vecina.


De eso ya han pasado cuatro años, todos en el pueblo piensan que nos llevamos al abuelo a la ciudad y que allá falleció tranquilamente en cama, incluso hay una cripta falsa donde se tallaron ambos nombres, Asela y Rodolfo. Al parecer mi madre no tiene reproche alguno para sí, pero yo en cambio me pregunto cada día que debí hacer, si la muerte del abuelo responde a un descuido mío, si fue obra de Dios, si era destino que ellos dos permanecieran así juntos, si fue mi curiosidad la detonante de todo o si mi abuelo tarde o temprano de cualquier manera cometería suicidio. Al final padre no sé si he pecado o solo es la carga del pecado de mi abuelo. Dios apiádate de mí y dame tranquilidad.


*Esto que me cuentas es bastante increíble, supongo que no eres de por aquí y has viajado mucho para poder estar a salvo del juicio de la gente, creo estuviste envuelto en una situación extraña y me has puesto a mí un hombre de fe en varios dilemas, aun con ello considero solo debes como buen creyente darle sepultura a tus abuelos, convertir esa cripta falsa en una donde se pueda venerar la memoria de las buenas acciones de tus abuelos y que de los pecados que ambos hayan cometido se encargue Dios de perdonarlos.


Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su hijo y derramó el espíritu santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz.


-Amen.



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